Los niños que el paraíso olvidó
En Playa del Carmen los niños no juegan: sobreviven.
Descalzos, con la piel quemada por el sol y la mirada apagada, caminan por la Quinta Avenida como si fueran parte del paisaje. Pero no lo son. No están ahí por elección. Están porque el hambre no espera, porque la infancia les fue arrancada demasiado pronto.
Venden pulseras, flores, chicles. Sonríen sin alegría, repiten frases que aprendieron para conmover al turista. Pero nadie les pregunta su nombre. Nadie les devuelve la mirada.
Mientras la música suena, los tragos se sirven y las fotos se suben a Instagram, ellos siguen ahí: resistiendo. Cargando no solo mochilas con mercancía, sino también el peso de una sociedad que los mira sin verlos. De un sistema que vende paraíso mientras silencia su dolor.
Nos duele el alma. Y debería dolerle a todos.
Me duele el alma ver cómo esto se ha vuelto normal. Cómo caminamos entre niños descalzos sin detenernos. Cómo nadie pregunta de dónde vienen, quién los trajo, quién se beneficia de su miseria. Porque sí, detrás de cada niño hay una red. Una estructura. Alguien que lucra con su vulnerabilidad.
¿Dónde está el Estado? ¿Dónde están los que deberían protegerlos? Brillan por su ausencia mientras la infancia se derrumba frente a nuestros ojos. Y nadie responde.
Hay bebés. Sí, bebés. Cuerpos diminutos envueltos en mantas sucias, con la piel reseca y los labios partidos. Bebés que no caminan, pero ya transitan el abandono. Que no hablan, pero ya gritan con el cuerpo. Que no lloran, porque ya entendieron que nadie los escucha.
Y cuando cae la noche, el horror no se detiene. A altas horas de la madrugada, siguen ahí. En medio del alcohol, los gritos, las luces artificiales. Expuestos al peligro de los excesos. A la violencia invisible de la noche. A los riesgos que un niño jamás debería enfrentar. Pero nadie los detiene. Nadie los protege. Ni el Estado, ni la sociedad, ni el turista que los esquiva.
Esto no es cultura. Es explotación.
Nos han hecho creer que es parte del folclore. Que es “normal” que un niño trabaje. Que es “tierno” que una niña de cinco años ofrezca una flor con acento del sur. No. No es cultura. Es explotación.
En julio de 2023, se rescataron 20 menores que eran forzados a vender sin descanso. ¿Y el resto? ¿Los que aún están ahí, noche tras noche, arrastrando los pies por las veredas del turismo? ¿Los bebés cargados como escudo, como estrategia, como mercancía?
Los rescates llegan tarde. Las políticas, si existen, no alcanzan. Los discursos no salvan infancias.
No compres. No calles. No seas cómplice.
No compres productos a menores en la calle. Ayudar no es perpetuar.
Denunciá. Usá tu voz. El silencio solo protege a los explotadores.
Educá. Hablá. Incomodá. Que esta realidad no se tape con filtros ni postales.
Porque los niños no deberían estar trabajando. Deberían estar jugando, soñando, creciendo.
Y mientras un solo niño siga caminando descalzo por la Quinta Avenida con hambre, miedo y el alma rota, Playa del Carmen no será un paraíso. Será una herida abierta. Y una deuda pendiente.

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