El dolor no prescribe
En una sociedad que juzga más a quien habla que a quien abusa, el silencio duele. Y muchas veces, ese silencio también mata.
Por Mundo Escrito
Cuando alguien dice "me abusaron", el mundo no siempre escucha. Primero, pregunta. Pero no lo que debería.
Pregunta con desconfianza. Con juicio. Con esa mezcla de ignorancia y crueldad que solo sabe culpar.
¿Qué tenías puesto? Como si la ropa justificara la violencia.
¿Estabas en pedo? Como si la vulnerabilidad anulara el consentimiento.
¿Fuiste solx? Como si salir solx fuera una invitación.
¿Por qué no gritaste? Como si el miedo no paralizara.
¿Seguro que fue abuso? Como si la duda valiera más que el testimonio.
Entonces, el abuso duele dos veces: la primera por lo que pasó. La segunda, por tener que explicarlo, defenderlo, justificarlo.
Vivimos en una sociedad que desconfía de quien denuncia, pero rara vez se atreve a mirar al agresor. Una sociedad que se escandaliza más por la denuncia pública que por el hecho violento. Y ese es el verdadero problema.
En los últimos años se visibilizaron casos de abusos grupales que generaron repudio, sí, pero también comentarios que revictimización:
“Se lo buscó”.
“¿Para qué fue?”
“¿Qué esperaba?”
Y mientras se multiplican las excusas, se multiplican los silencios. Porque hablar, muchas veces, no salva. Expone. Lastima. Condena.
Lo más grave es que la mayoría de los abusos no ocurren en una fiesta ni en la calle, sino dentro de las casas. En entornos familiares. Con personas en quienes había confianza.
Según la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema, en Argentina:
· El 80% de los abusos sexuales ocurren dentro del entorno familiar o cercano.
· El 70% de las víctimas son niñas, niños y adolescentes.
Sí: también niños. También varones. También personas que no saben cómo nombrar lo que vivieron, y que cargan con un dolor silenciado desde la infancia.
Porque el abuso sexual no distingue género ni edad. Pero sí encuentra terreno fértil en la impunidad, en el silencio, en el miedo.
Y ese miedo no es gratuito. Se alimenta de cada vez que una víctima es señalada. De cada vez que se le pide explicaciones. De cada vez que el agresor queda libre y la víctima, atrapada en su recuerdo.
El dolor no prescribe.
Ni con el tiempo.
Ni con la justicia que no llega.
Ni con la sociedad que calla.
Y mientras sigamos dudando de quien habla en vez de buscar a quien violenta, seguiremos fallando como humanidad



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